Sabemos que para comunicarnos los hablantes somos muy ingeniosos y tomamos todo lo que está a nuestro alcance para hacernos entender. Incluso hay veces que, cuando una explicación no es suficiente para expresar lo que queremos, recurrimos a símbolos o ejemplos. Por eso, generalmente cuando conversamos con un amigo en ambiente distendido, utilizamos un lenguaje […]
Por Karent Urízar González. 16 mayo, 2012.Sabemos que para comunicarnos los hablantes somos muy ingeniosos y tomamos todo lo que está a nuestro alcance para hacernos entender. Incluso hay veces que, cuando una explicación no es suficiente para expresar lo que queremos, recurrimos a símbolos o ejemplos. Por eso, generalmente cuando conversamos con un amigo en ambiente distendido, utilizamos un lenguaje no solo más coloquial sino figurado, lleno de imágenes que a causa de su uso habitual no solemos identificar las metáforas que incluimos. Por ejemplo, para decir que los futbolistas corren velozmente, se dice que son rápidos como “liebres”: nadie quiere “tortugas” en su equipo, tienen que ser muy “moscas” para que ningún “sapo” lo golee.
Son tan innumerables las palabras que el emisor usa, resaltando una característica de un objeto, animal o cosa para aplicarla como adjetivo calificativo a una persona, que esta vez solo nos vamos a referir a aquellos nombres de animales que solemos usar en sentido figurado. Pienso primero en los pobres insectos o reptiles, mentados siempre en sentido negativo y hasta ofensivo: cuando alguien dice de otro que es un “bicho”, “gusano”, “zángano”, “sabandija”; o que tiene una “culebra” que pagar, etc. Mayor variedad existe entre las aves, género que congrega a los “tortolitos”, a los que son bien “pavos” o a los que no tienen coraje y son unas “gallinas”, los que son “palomillas” y andan por ahí de “picaflor” (cuidado que pueden terminar siendo “venados”). Por piezas, las aves también están presentes en nuestro lenguaje: hay quien tiene piernas de “garza”, le salieron “patas de gallo” o no toma mucho alcohol por ser “cabeza de pollo”. Los mamíferos nos aportan más variedad: está el que es un “tigre” en computación, la que defiende como “leona” a sus hijos, el que está hecho una “vaca” (¡o incluso una ballena!), el que tiene vista de “lince” y aquellos que trabajan como “burros”, los que son tercos como “mulas”… y, de manera general hay quienes son unas “bestias” o unas “fieras” en su profesión.
El lenguaje figurado se opone al lenguaje literal (palabras que se usan con su significado exacto) por ejemplo en el Diccionario de la Real Academia Española (2001) encontramos el término “mono” en su acepción literal y también en sus acepciones coloquiales y figuradas, donde además de otras utilizadas en otras partes del mundo está la que permite hacer referencia a ‘la persona que imita lo que hace otro’. El lenguaje figurado es, por tanto, un desplazamiento del sentido; por ejemplo, decir que un niño está hecho un “loro” no sugiere que tenga plumas o vuele sino más bien a que habla mucho (¡cuidado no se vuelva una “cotorra”!).
El lenguaje figurado suele estar presente en los textos coloquiales, familiares, incluso en los literarios, pero no en los documentos formales como los académicos, científicos o jurídicos, etc., aquí se debe utilizar el lenguaje literal por su mayor precisión y para evitar confusiones.
Por lo tanto, al utilizar el lenguaje figurado se está diciendo lo mismo pero de otra forma, el emisor crea una imagen en la mente del receptor y esta le ayuda a interpretar y comprender mejor lo que le están diciendo. Piense usted en qué otros nombres de animales se utilizan para decir algo de alguien, pero no se me descuide vaya a haber algún “choro” por ahí.
Facultad de Humanidades.
Universidad de Piura.
Artículo publicado en el blog Castellano Actual, diario Perú 21, miércoles 16 de mayo de 2012.